lunes, 31 de agosto de 2009

Aquí seguimos

Y seguimos,
con el tiempo las heridas sanarán,
los rencores se apagarán, el odio cederá.
Continuamos con nuestras vidas como mejor podemos,
con la ironía de tener que acomodar el hueco para que no nos ocupe mucho espacio.
Olvidamos sin quererlo, y queriéndolo también.

Y ante nosotros se yerguen las posibilidades,
lo que debimos hacer o decir, lo que debimos callar.
¿Acaso la semántica de una frase tuvo alguna vez el poder de cambiar el camino?
Lo pensamos por noches, lo sufrimos.

Y cambiamos,
nos moldeamos distinto,
sin ellos, las sombras.
Vemos ahora tan lejana esa otra posibilidad, ya tan imposible.
Ya no son indispensables, ya parecen otra vida.
Hemos cambiado, nosotros y ellos,
es tanta la nostalgia que acaso dolerá más volverse a ver, que jamás.

Cuando la simple verdad es...

viernes, 15 de mayo de 2009

Polvo eres

Mamá nunca fue una persona ordenada, de cinco hijos yo era la única mujer y el trabajo de la casa recaía en mí. Había que levantar a mis hermanos, en la mañana hacerles el lonche y en la tarde la comida, barrer y trapear cada tres días y lavar cada martes y viernes; eso además de la escuela y las clases de piano que tenía todas las tardes. Si por alguna razón yo no podía con los quehaceres, nadie más lo iba a hacer por mí, y la casa irremediablemente terminaba desordenada y sucia.
Creo que debido a eso es que tengo una fijación por los espacios limpios; en mi hogar no hay indicios de moho en el baño, ni manchas de aceite en la cocina, no hay ropa desordenada y las ventanas siempre se mantienen cerradas para que no entre el polvo. Todo tiene su lugar y todo está en su lugar. Orden y limpieza, siempre me he regido por esos principios.

Así es que no me explico cómo es que llegue a esta situación, supongo que todo comenzó con esa primera motita de polvo que vi en la sala. Estaba ahí como una intrusa, contaminando el lugar con su sola existencia. Tan rápido como pude, agarré el trapo para sacudir y eliminé la amenaza. Para ese entonces lo más importante era el estado de mi casa, era de mañana y tener a los niños listos para la escuela, el desayuno preparado, el marido arreglado. Perfecto.
Lo que a veces me llegaba a molestar un poco, y sólo a veces, era que no notaran mi esfuerzo por mantener la casa en óptimas condiciones, él se iba de mañana y no regresaba hasta algo entrada la noche, los niños llegaban a medio día, comían y salían; y no es que no quisiera que estuvieran dentro, sólo que era tan difícil mantener las cosas en orden con ellos moviendo objetos sin permiso, tirando comida, corriendo y ensuciando. Además, era idea de él: "los niños deben estar afuera, deben jugar" así que los dejaba salir hasta la hora de la cena. Claro, si se preguntan qué hacía yo en todo ese tiempo, a qué me dedicaba con todos afuera, es simple, "cosas del hogar"; sweaters o bufandas en temporada de frío, confección de postres en el verano, repujado y arreglos florales, eso aparte de las responsabilidades en la sociedad de padres de familia y las labores domésticas, todo para el embellecimiento de la casa; mi hermosa casa, tan limpia y arreglada, perfecta y con cada objeto en el lugar donde pertenecía. Y no, no me sentía sola, sabía que hacía lo mejor para mi familia, tenía la esperanza de que en su momento llegaran a notarlo.

Aunque tal vez no fue esa motita de polvo lo que lo inició, tal vez fue después, con la llegada de la construcción; los vecinos decidieron que era hora de remodelar el parque que se encuentra frente a mi casa, "Arquitectura acorde a la época" dijeron, "embellecimiento de la colonia" continuaron. Lo que yo sé es que semanas después llegaron las retroexcavadoras y los camiones con tierra llenos de un polvo fino que se escapaba de las palas, flotaba por doquier, se colaba por los resquicios y cubría todo; los muebles, los estantes, las pequeñas figuras de cristal, ¡Los libros! Al principio me esmere porque no hubiera rastro del desagradable polvo, limpiaba cada 3 horas, sacudía los libreros, individualmente pulía cada figura, pero ya bien terminaba con un estante, el que estaba recién limpiado minutos atrás se veía invadido por una suciedad resucitada.
Debo reconocer que mis nervios sufrieron durante ese periodo. No llegue a dormir bien por muchos días y todo debido a las pesadillas: en algunas yo me encontraba reducida al tamaño de una hormiga, condenada a ver toda la suciedad que no era evidente para el ojo humano. Otras veces era perseguida por unos monstruos sucios, hechos de pelusa gris que en el sueño dominaban el lugar.
Mi marido e hijos no lo tomaron muy bien: los niños me dijeron que exageraba y que un poco de polvo no tenía porqué molestarme, mi esposo dijo palabras como 'nervios' e 'histeria' que no me hicieron mucho sentido. Para cuando hilé las ideas para tratar de explicarles ya se habían dado la vuelta continuando con sus actividades.
Creo que ocurrió cuando los niños tuvieron un periodo de vacaciones y mi marido tomó algunos días libres de su trabajo. Fue un día que tuve que ir a hacer la despensa, usualmente en las mañanas la casa se encuentra vacía a excepción de mí, así que aprovecho para salir a hacer las compras durante ese tiempo para que cuando lleguen siempre me encuentren en casa. Les dije específicamente que por ningún motivo debían dejar las ventanas abiertas porque el polvo entraría y ensuciaría todo. Ellos parecieron entender muy bien aunque creí ver en sus miradas algo que no debía estar ahí, y también noté un dejo de condescendencia en sus palabras. Ellos parecían entender.
Ese día hubo mucho viento, cuando llegué al parque logré ver a las retroexcavadoras esparciendo la tierra y ese detestable polvo corriendo por todo el lugar, sentí un leve sofoco de sólo pensar que algo de eso entraría al llegar a mi casa y abrir la puerta.
No me hicieron caso.
No recuerdo mucho lo que pasó después, era ese polvo tapando mi visión y yo caminando entre una bruma café, de cuando en cuando veía figuras, algunas no muy familiares, después mi marido dando un portazo, más tierra, mis hijos despidiéndose apurados por unas personas sin rostro.
El exterior, qué claridad...

martes, 12 de mayo de 2009

Una vez al año

Mañana cumplo años.
No creo que deba pasar esa fecha sin al menos haber reflexionado un poco.
No sé, en algún momento de mi vida tuve la ambición de festejar con una celebración másiva, estúpida y con el peligro en estado latente. Ya me da igual, lo cual es decepcionante porque quiere decir que ya ni siquiera espero. Los cumpleaños ya no me ilusionan como cuando era niña, pero bueno, tampoco la navidad, el año nuevo, santos reyes y demás.
Siento que con el paso del tiempo he perdido un pedazo de mí, esa parte que me hacía ilusionarme y que al parecer ha sido reemplazada por una gran cucharada de cinísmo.
Para que no me agarren desprevenida.
Y puta madre, lo odio, porque ya nada me sorprende, ni lo bueno ni lo malo, porque me siento entumecida a veces, sin poder disfrutar a plenitud de yo qué sé, de lo que sea.
Me extraño.
No sé si soy mejor ahora, tengo más barreras, soy más callada, guardo rencores sin siquiera ser consciente de ello.
Me dijeron que era de piedra.
Hasta que todo explota, porque conmigo es así, no parece pasar nada, no hago nada, hasta que algo se rompe y me desbordo.
¿Impredescible? Quien sabe

Igual y me angustio demasiado, tal vez reflexionar es inútil y mejor vivir entumecida y tratando de sentir algo, a veces. Tal vez mejor no pensar para nada en ello.

Pero bueno, Feliz cumpleaños a mí.


Ahh sí, me estoy volviendo vieja.

miércoles, 28 de enero de 2009

VI Los enamorados

Siempre al deslizarse la tarde. Cuando veo que suben al segundo piso me escabullo sin que me noten. Es algo propio de los de mi clase ejecutar este tipo de maniobras, así hemos sido los testigos silenciosos del devenir del mundo.

Se desprenden de sus ropas con premura, comiéndose a intervalos. Yo termino agazapándome arriba del canasto de la ropa sucia, expectante por lo que va a suceder. Los observo, se encuentran los dos en su cama, se tocan, recorren sus cuerpos con manos y boca, se muerden, lamen, saborean cada vez con más furia, sus cuerpos se mezclan. Termino viendo un laberinto de piernas y brazos.
En su trance, no saben que soy los ojos que observan su acto, no se dan cuenta o tal vez no les importa, me creen sin conciencia. Pero sé muy bien lo que hacen, un rito tan antiguo como la vida misma. Se creen dueños del mundo, su mundo. La existencia no abarca más que la cama y sus cuerpos.

Es el sonido del alud, son rumores que cobran fuerza, primero tenues, después de himno. Es la unión de los cuerpos que con tanto anhelo buscaron.
Me acurruco en el stereo, ella es alba y hecha de burbuja, él es la tierra que la cubre y llena. Ya sólo queda el olor a musgo y lluvia y las suaves caricias que terminan por adormilarlos, en un abrazo que desean eterno, pero que, por supuesto, no lo es.

XV El diablo

No te gustan mis botas, te digo que te imagines otros zapatos entonces y tú contestas que no puedes por el taconeo que hacen, es precisamente por ese sonido que me gustan tanto, anuncian mi presencia que se acerca a ti. Igual me gusta escuchar el sonido de mis pasos en la banqueta mientras me llevas a tu casa.

Entro directo a tu cuarto y me quito el abrigo, siempre hace calor aquí. Volteo a verte y ya estás con esa mirada de "te quiero ya". Me muevo hacia el gato que está agazapado en su rincón, tú te me repegas sin aviso y me empiezas a tocar. Acercas tu lengua a mi oreja, y recorres tu mano sobre mi espalda; tramposo, sabes que es mi punto débil. Me despego de ti y te doy la espalda para darle una caricia a ese felino que te tuve que regalar. Tú te alejas y me vas saboreando con los ojos, te fijas en mis nalgas, dices que parecen un durazno, yo me río y disfruto de esa mira
da inquisidora, dispuesta a desnudar al menor movimiento.

Me doy la vuelta y busco la lámpara, la apago y nos baña una súbita media luz, todo el cuarto se viste de naranja. Lento y tan sigiloso te me acercas, buscas mi cuello, y sacas tu lengua para recorrerlo, subes a mi oreja y te deslizas hacia mis hombros, no lo soporto.

Te quito la ropa, rápido, descuidada y con fuerza. Me gustas, recorro tu torso mientras tú te apuras quitándome la falda y el resto de la ropa. Nos metemos entre las cobijas y el roce de tu cuerpo es delirio. Tanta piel, tanto calor, tanto contacto. Tu piel se ve de cobre en la habitación naranja y fascina. Y entonces tú nos cubres por completo con la cobija; estoy en un mundo de oscuridad donde sólo el tacto me ayuda a ubicarme, ese mareo que siento, al no poder verte y solamente sentir tus caricias, sentir tu lengua sentir tus dedos, sentirte... me pierdo y no quiero salir.

Sin titulo

Clara como espejo.
De tu boca salen estrellas.

El mundo iluminado y yo despierta.




Verde amor

Ahora no cabe duda, la tortuga se ha enamorado de su dueña. Se le nota en la forma en que la mira, esos pequeños círculos negros que brillan cuando ella se mueve mientras dormita (su tortuguera está instalada justo enfrente de la cama, a un lado de la ventana); también cuando ella se acerca y la tortuga se aproxima al vidrio para poder verla mejor, se inquieta, mueve sus patas, todo en un desesperado intento por cruzar la barrera de cristal que los separa, sólo se llega a tranquilizar cuando ella se agacha y se pone a su nivel; la tortuga contempla sus bellos ojos cafés y se siente perdida, la adora por completo, le daría su mejor pedazo de lechuga si pudiera. Ella no es como la otra tortuga, que huye cuando su dueña se acerca, no, ésta se queda quietecita y la observa embelesada intentando profesarle todo su amor en el lenguaje de las burbujas.

También hay días en los que la tortuga se sube a su montaña sólo para tener una mejor vista de su amada, hallándola absorta en el estudio y los diversos quehaceres que hay en el hogar, y cuando de improviso llega a echar un vistazo hacia donde se encuentra, ella rápidamente vuelve apenada al agua, sintiendo una ansiedad en su caparazón.

La tortuga sueña con algún día poder tomar el sol en el hombro de su amor, y tal vez, sólo tal vez, poder hacer yoga juntos.


sábado, 17 de enero de 2009

Urolobos

Vivir en el estómago del lobo no estaba tan mal, extrañamente la boca del animal funcionaba como un agujero de gusano, terminando en unas entrañas amplias e iluminadas. Era un valle franqueado por montañas rosas donde al fondo se podía ver todo un rebaño de ovejas blancas y negras junto a 3 cerditos ataviados de manera extravagante.


Conforme los días pasaban el espacio se iba llenando con objetos cada vez más extraños: una pequeña maquina de coser, la pierna de una muñeca, una mecedora rota, la cabeza de un payaso de juguete, un anillo con una piedra roja, un piano de miniatura; todos ellos dispersos a través del campo aparecían con la sensación de que siempre hubieran estado en ese lugar, sólo invisibles al ojo distraido.
Para ese entonces otros animales habían llegado: patos, conejos, incluso una que otra ardilla; y con ellos los árboles. Días antes todo era una especie de planicie con lomas pequeñas que hacían del paisaje una marea verde, cubierta por completo de pasto. Después de la aparición de los animales los retoños salieron de la tierra: abetos, pinos, oyameles, cedros y más coníferas, creciendo a una velocidad tal, que un bosque entero se formó en días.

En las exploraciones hechas al recién nacido bosque apareció un viejo capuchón, produjo una sensación familiar. Lleno de polvo y con aspecto viejo, segúramente había estado a la intemperie por años; pero todavía conservaba la tibiez del forro y el terciopelo color vino no había perdido su suavidad. Ahora el aire del bosque comenzaba a enfriar y en el campo abierto no existía nada con qué cubrirse así que la prenda se volvió a usar.

Una tarde después apareció un camino formado de piedras azuladas el cual era franqueado por flores silvestres de color oro. Al final del sendero, que terminaba en lo más profundo del bosque, se encontraba una pequeña casa de madera con ventanas que parecían azucar cristalizado y en el portón capullos a punto de abrir. La puerta, llena de intrincados diseños, se encontraba entre abierta, dentro, la sala y la cocina estaban separadas por una celosía que era adornada por multiples relojes de arena, pequeñas figuras de porcelana y vasijas de vidrio soplado.
Al salir de la sala se llega a una pequeña terraza con varandal, la casa estaba al principio de un despeñadero cubierto por vegetación y mar. En la esquina de la terraza sobresalía una escalera muy empinada que parecía venir desde el fondo del barranco y conducía a una casita de arbol justo debajo de las bases de la construcción.

El viento arreciado por el desfiladero me alborotaba el cabello y las ropas. Iba bajando y una sensación extraña caía sobre mí, no era yo la que bajaba, por un momento fui otra, sentí una mirada sobre mi espalda.
Bajé la escalera.
Entré a la casa del árbol y todo estaba en penumbras, distinguí el contorno de una cama y a alguien en ella, hizo el ademán de que me acercara,
obedecí.


Vivir en el estómago del lobo no estaba tan mal.