lunes, 31 de agosto de 2009
Aquí seguimos
con el tiempo las heridas sanarán,
los rencores se apagarán, el odio cederá.
Continuamos con nuestras vidas como mejor podemos,
con la ironía de tener que acomodar el hueco para que no nos ocupe mucho espacio.
Olvidamos sin quererlo, y queriéndolo también.
Y ante nosotros se yerguen las posibilidades,
lo que debimos hacer o decir, lo que debimos callar.
¿Acaso la semántica de una frase tuvo alguna vez el poder de cambiar el camino?
Lo pensamos por noches, lo sufrimos.
Y cambiamos,
nos moldeamos distinto,
sin ellos, las sombras.
Vemos ahora tan lejana esa otra posibilidad, ya tan imposible.
Ya no son indispensables, ya parecen otra vida.
Hemos cambiado, nosotros y ellos,
es tanta la nostalgia que acaso dolerá más volverse a ver, que jamás.
Cuando la simple verdad es...
viernes, 15 de mayo de 2009
Polvo eres
Así es que no me explico cómo es que llegue a esta situación, supongo que todo comenzó con esa primera motita de polvo que vi en la sala. Estaba ahí como una intrusa, contaminando el lugar con su sola existencia. Tan rápido como pude, agarré el trapo para sacudir y eliminé la amenaza. Para ese entonces lo más importante era el estado de mi casa, era de mañana y tener a los niños listos para la escuela, el desayuno preparado, el marido arreglado. Perfecto.
martes, 12 de mayo de 2009
Una vez al año
No creo que deba pasar esa fecha sin al menos haber reflexionado un poco.
No sé, en algún momento de mi vida tuve la ambición de festejar con una celebración másiva, estúpida y con el peligro en estado latente. Ya me da igual, lo cual es decepcionante porque quiere decir que ya ni siquiera espero. Los cumpleaños ya no me ilusionan como cuando era niña, pero bueno, tampoco la navidad, el año nuevo, santos reyes y demás.
Siento que con el paso del tiempo he perdido un pedazo de mí, esa parte que me hacía ilusionarme y que al parecer ha sido reemplazada por una gran cucharada de cinísmo.
Para que no me agarren desprevenida.
Y puta madre, lo odio, porque ya nada me sorprende, ni lo bueno ni lo malo, porque me siento entumecida a veces, sin poder disfrutar a plenitud de yo qué sé, de lo que sea.
Me extraño.
No sé si soy mejor ahora, tengo más barreras, soy más callada, guardo rencores sin siquiera ser consciente de ello.
Me dijeron que era de piedra.
Hasta que todo explota, porque conmigo es así, no parece pasar nada, no hago nada, hasta que algo se rompe y me desbordo.
¿Impredescible? Quien sabe
Igual y me angustio demasiado, tal vez reflexionar es inútil y mejor vivir entumecida y tratando de sentir algo, a veces. Tal vez mejor no pensar para nada en ello.
Pero bueno, Feliz cumpleaños a mí.
Ahh sí, me estoy volviendo vieja.
miércoles, 28 de enero de 2009
VI Los enamorados
Se desprenden de sus ropas con premura, comiéndose a intervalos. Yo termino agazapándome arriba del canasto de la ropa sucia, expectante por lo que va a suceder. Los observo, se encuentran los dos en su cama, se tocan, recorren sus cuerpos con manos y boca, se muerden, lamen, saborean cada vez con más furia, sus cuerpos se mezclan. Termino viendo un laberinto de piernas y brazos.
En su trance, no saben que soy los ojos que observan su acto, no se dan cuenta o tal vez no les importa, me creen sin conciencia. Pero sé muy bien lo que hacen, un rito tan antiguo como la vida misma. Se creen dueños del mundo, su mundo. La existencia no abarca más que la cama y sus cuerpos.
Es el sonido del alud, son rumores que cobran fuerza, primero tenues, después de himno. Es la unión de los cuerpos que con tanto anhelo buscaron.
Me acurruco en el stereo, ella es alba y hecha de burbuja, él es la tierra que la cubre y llena. Ya sólo queda el olor a musgo y lluvia y las suaves caricias que terminan por adormilarlos, en un abrazo que desean eterno, pero que, por supuesto, no lo es.
XV El diablo
Entro directo a tu cuarto y me quito el abrigo, siempre hace calor aquí. Volteo a verte y ya estás con esa mirada de "te quiero ya". Me muevo hacia el gato que está agazapado en su rincón, tú te me repegas sin aviso y me empiezas a tocar. Acercas tu lengua a mi oreja, y recorres tu mano sobre mi espalda; tramposo, sabes que es mi punto débil. Me despego de ti y te doy la espalda para darle una caricia a ese felino que te tuve que regalar. Tú te alejas y me vas saboreando con los ojos, te fijas en mis nalgas, dices que parecen un durazno, yo me río y disfruto de esa mirada inquisidora, dispuesta a desnudar al menor movimiento.
Me doy la vuelta y busco la lámpara, la apago y nos baña una súbita media luz, todo el cuarto se viste de naranja. Lento y tan sigiloso te me acercas, buscas mi cuello, y sacas tu lengua para recorrerlo, subes a mi oreja y te deslizas hacia mis hombros, no lo soporto.
Te quito la ropa, rápido, descuidada y con fuerza. Me gustas, recorro tu torso mientras tú te apuras quitándome la falda y el resto de la ropa. Nos metemos entre las cobijas y el roce de tu cuerpo es delirio. Tanta piel, tanto calor, tanto contacto. Tu piel se ve de cobre en la habitación naranja y fascina. Y entonces tú nos cubres por completo con la cobija; estoy en un mundo de oscuridad donde sólo el tacto me ayuda a ubicarme, ese mareo que siento, al no poder verte y solamente sentir tus caricias, sentir tu lengua sentir tus dedos, sentirte... me pierdo y no quiero salir.
Verde amor
Ahora no cabe duda, la tortuga se ha enamorado de su dueña. Se le nota en la forma en que la mira, esos pequeños círculos negros que brillan cuando ella se mueve mientras dormita (su tortuguera está instalada justo enfrente de la cama, a un lado de la ventana); también cuando ella se acerca y la tortuga se aproxima al vidrio para poder verla mejor, se inquieta, mueve sus patas, todo en un desesperado intento por cruzar la barrera de cristal que los separa, sólo se llega a tranquilizar cuando ella se agacha y se pone a su nivel; la tortuga contempla sus bellos ojos cafés y se siente perdida, la adora por completo, le daría su mejor pedazo de lechuga si pudiera. Ella no es como la otra tortuga, que huye cuando su dueña se acerca, no, ésta se queda quietecita y la observa embelesada intentando profesarle todo su amor en el lenguaje de las burbujas.
También hay días en los que la tortuga se sube a su montaña sólo para tener una mejor vista de su amada, hallándola absorta en el estudio y los diversos quehaceres que hay en el hogar, y cuando de improviso llega a echar un vistazo hacia donde se encuentra, ella rápidamente vuelve apenada al agua, sintiendo una ansiedad en su caparazón.
La tortuga sueña con algún día poder tomar el sol en el hombro de su amor, y tal vez, sólo tal vez, poder hacer yoga juntos.
sábado, 17 de enero de 2009
Urolobos
Para ese entonces otros animales habían llegado: patos, conejos, incluso una que otra ardilla; y con ellos los árboles. Días antes todo era una especie de planicie con lomas pequeñas que hacían del paisaje una marea verde, cubierta por completo de pasto. Después de la aparición de los animales los retoños salieron de la tierra: abetos, pinos, oyameles, cedros y más coníferas, creciendo a una velocidad tal, que un bosque entero se formó en días.
En las exploraciones hechas al recién nacido bosque apareció un viejo capuchón, produjo una sensación familiar. Lleno de polvo y con aspecto viejo, segúramente había estado a la intemperie por años; pero todavía conservaba la tibiez del forro y el terciopelo color vino no había perdido su suavidad. Ahora el aire del bosque comenzaba a enfriar y en el campo abierto no existía nada con qué cubrirse así que la prenda se volvió a usar.
Al salir de la sala se llega a una pequeña terraza con varandal, la casa estaba al principio de un despeñadero cubierto por vegetación y mar. En la esquina de la terraza sobresalía una escalera muy empinada que parecía venir desde el fondo del barranco y conducía a una casita de arbol justo debajo de las bases de la construcción.
El viento arreciado por el desfiladero me alborotaba el cabello y las ropas. Iba bajando y una sensación extraña caía sobre mí, no era yo la que bajaba, por un momento fui otra, sentí una mirada sobre mi espalda.
Bajé la escalera.
Entré a la casa del árbol y todo estaba en penumbras, distinguí el contorno de una cama y a alguien en ella, hizo el ademán de que me acercara,
obedecí.
Vivir en el estómago del lobo no estaba tan mal.