jueves, 16 de junio de 2011

El sueño vive

Si estoy escribiendo esto es que los últimos vestigios de mi sueño han sido destrozados. Soñé que era una actriz y que ensayaba -y dormía- en un oscuro departamento con el resto de los actores. Fue de esas ilusiones que te convencen y devoran en su propio mundo. Recuerdo la boca de uno de mis compañeros, sentía su aliento en la mía, su olor llegaba a mi nariz, me di cuenta de que estábamos a punto de besarnos y el fluir del tiempo se estancaba en ese instante. Lo siguiente que reconozco es que alguien nos separa y después lo veo ensayar sintiéndome angustiada e insegura.
Lo que realmente me llamó la atención esa vez fue que cuando cuestioné la validez de la realidad - le pregunte a una actriz con la que aparentemente era amiga porqué no recordaba ni uno de mis diálogos ni lo que había ensayado todo ese tiempo- fue cuando dejé de estar en ese departamento y regresé a mi cama.

Y entonces tratas de conjurarlo de vuelta mientras te encuentras en ese estado languideciente de no en absoluto dormida ni tampoco completamente despierta. Aunque es imposible, la re
alidad y la mañana han entrado a tu cerebro. Te levantas preguntándote qué hubiera pasado si hubieras dormido tan sólo diez minutos más.



miércoles, 18 de mayo de 2011

La reflexión de cada año

Otro año y otro recuento, eso quisiera decir, pero en realidad no tengo ganas de rememorar lo que han sido estos últimos doce meses; he utilizado estos posts para hablar principalmente de mí y de lo que espero y temo, de lo que sé que no quiero ser y de qué no quiero olvidar, y eso ha estado bien pero quisiera por una vez hablar de los demás, bueno, de mí y de los demás. Creo que primero es necesario dar cierto contexto: recibí la invitación de un evento de exalumnas de la secundaria por medio de Facebook, ahí pude ver a las otras invitadas, eran mis compañeras convertidas ya en mamás y esposas. No me debió sorprender, pero lo hizo, hemos crecido y no supe cuando pasó, parece que no me doy cuenta de muchas cosas ultimamente o mientras más creo que sé al mismo tiempo llego a la conclusión de que no sé casi nada.
Y no sé porqué me estremece tanto verlas convertidas en señora de tal o sosteniendo a un bebé, sí, tienen niños, tienen esposos y no es que se los envidie pero ese es el problema... deb
ería? Qué no es parte de mi naturaleza el que mi reloj biológico comience a sonar cada vez más fuerte? Pero la idea de tener un bebé si bien en papel suena adorable, en la realidad para mí, en este instante, no lo es tanto, sé o me agarro a la creencia de que si tuviera un hijo planeado o no sería feliz, pero no me es necesario ahora, la vocación no ha llamado, pero bueno, veremos qué nos depara el siguiente año.

sábado, 29 de enero de 2011

Pecado original

There is special providence in the fall of a sparrow.
Hamlet

Le quebré el cuello a un pajarito. Mi abuela adoraba a ese canario de plumas cafés que le cantaba a su compañera todas las mañanas. Fue un juego inocente, la jaula podía dividirse en dos y él siempre buscaba cruzarla por ella, yo
encontraba divertido ver cómo se movía intrépido mientras la reja de metal se deslizaba; hasta que en uno de esos vuelos la reja se convirtió en guillotina. Primero un estremecimiento: abrí la jaula e intenté moverlo un poco, toqué su cabeza, era tan suave. Luego, por oleadas, llegó la culpa; subiendo subiendo hasta no soportar la idea de haber matado, nunca había sentido algo tan irremediable como su muerte, fulminante y absoluta, y ese nuevo sentimiento, ese que no había conocido hasta ese momento, una culpa primitiva que vino con el entendimiento del no retorno.

No miré atrás; corrí a mi cuarto y las lagrimas por fin se escaparon, primero una grande pasó por el contorno de mi mejilla, de ahí el resto se apilaba en mi lagrimal hasta desbordarlo. Lloré como nunca, no quería creer que por mi mano ese animal había dejado de existir, de que mis juegos acabaron con una vida. En la casa n
o se mencionó nada, simplemente hubo un pájaro menos.

Yo vivía con esta intensa culpa, ¿Se imagina usted lo que es escuchar a una conciencia que sabe lo que has hecho y hasta tu último pensamiento? Ya de adultos hemos aprendido a ignorarla y manipularla para que no sea molesta, p
ara que sólo intervenga en los momentos que nos conviene; Los niños no tienen ese tipo de filtro, así que no dejaba ir ese sentimiento, no puedo decir que ocupaba cada pensamiento mío pero siempre había algo en lo profundo de mi cabeza, algo punzante que no siempre tenía presente pero siempre me hacía sentir pesada e incómoda.

Recuerdo mi primera confesión, lo primero que le
dije al padre fue lo que creí era mi pecado más grande, pensé que me haría rezar un rosario entero, pero no, la fórmula de siempre: dos Padres nuestros y un Ave María, no dijo otra cosa. Yo me sentí aliviada pero no entera, esperaba deshacerme de esa carga que sentía pero faltaba algo que ni la confesión me pudo devolver, me seguía sintiendo sucia.

Así he pasado todo este tiempo ¿Que por qu
é le menciono todo esto? No lo sé, lo creí apropiado dadas las circunstancias. Han pasado muchos años desde que hice esa confesión y debo admitir que había perdido un poco la fe, pero tenía que decirle a alguien. Llovía mucho y no veía bien, ¡La niña se apareció de la nada! Sé que no debí huir pero cuando reaccioné mi pie estaba en el acelerador. ¿Entonces dos Padres nuestros y un Ave María?


jueves, 13 de enero de 2011

Vistas

Todo lo que ves son zapatos a través del vidrio de la sala de juntas. La parte media tiene un acabado esmerilado y no te permite ver nada arriba de la pantorrilla. La sala es lujosa y sobria, aunque afuera hay un marco con luces que cambian de color y se escuchan canciones en inglés como música de fondo. Ves que pasan mujeres con botas y tacones imposiblemente altos, notas que los tacones de aguja son los más usados, no entiendes su plática pero su tono es alegre y superficial; Crees que son secretarias y asistentes usando Prada, Jimmy Choo o alguna otra marca que no logras recordar, después de todo te encuentras en San Pedro, no te extraña una vista así. Cuando terminas ese pensamiento las piernas doblan la esquina y las pierdes de vista por completo.

Si hablaran, tus zapatos te dirían que se sienten fuera de lugar, no les gusta cómo los demás zapatos los miran, ellos no son de marca y francamente no entienden cómo unas secretarias que caminan la mitad del día pueden andar con modelitos tan poco prácticos y snobs, que no ayudan a sus dueñas y hasta se ensañan en hacer que se tropiecen.
No entiendes cómo adquiriste zapatos tan críticos y con un evidente complejo de superioridad. Tratas de concentrarte de nuevo en los japoneses y en sus esfuerzos fallidos por pronunciar la L, después de todo ese es tu trabajo, enseñarle al presidente de no sabes qué empresa automotriz y a sus asistentes cómo pronunciar la lengua torturada (por ellos) de Cervantes. Tus zapatos intervienen de nuevo: "¿Lengua torturada de Cervantes? - dicen - qué bueno que no te dedicaste a la escritura, no soportaría escuchar tus intentos fallidos y ver tu cara de frustración.
Ofendida, decides que esto de los zapatos teniendo conciencia no es tan conveniente como creías y tratas de alejarte de la fantasía. Los japonesitos te preguntan sobre unas conjugaciones irregulares y les enseñas el material, estos de nuevo se sumergen en las actividades que deben terminar y tú ahora intentas no ver los zapatos del otro lado del vidrio pero sigues escuchando su claqueteo en el piso de duela de la oficina. Ruidoso, muy ruidoso, ellos y su conversación no dejan concentrarte y pierdes el hilo de tus pensamientos.
Tu calzado está que echa humo por la suela, gastado y sin chiste, al ver la competencia pide un retiro bien merecido, ya ha estado demasiados años a tu servicio, te deja ver todas las raspaduras y la tierra que lo cubre y hasta alza un poco su suela para que puedas ver cómo se está despegando de esa esquina. Tú, mujer sin grandes pretensiones,
nunca sentiste la necesidad de darles un descanso, o incluso, de serles infiel comprando otro par que los sustituyera. Al menos no habías pensado en eso hasta que comenzaste a trabajar aquí. Nunca te sentiste cómoda alrededor del lujo y cada vez que entras a estas oficinas y ves a las secretarias tan bien maquilladas, peinadas y vestiditas con las últimas tendencias fashionistas, no puedes evitar comparar tu figura de mujer de clase media cansada de la misma ordinariedad.
Intentas no mirar hacia abajo pero ahí los tienes, llenos de reproches para ti, mostrándote la verdad que obstinadamente buscabas ignorar, porque era mucho más có
modo evadirse; Cambias la vista y encuentras a los otros, los que realmente pertenecen mientras tú sólo eres una visitante que está de paso y que no puede hacer otra cosa más que ver a través del vidrio cómo esos pares de piernas con sus respectivos zapatitos vienen y van y no se detienen por nada. Llegas a la conclusión que trabajar en esa burbuja de cristal por 3 horas a la semana te hace daño, mientras tú intentas ignorar las obvias comparaciones tus zapatos olvidan su papel original de soporte y se muestran al borde del colapso, derrotados por los del exterior.

Por cierto, tus zapatos han renunciado, están cansados de la humillación de saberse inferiores en cada aspecto. Ese día regresas a tu casa descalza, piensas que se siente tan bien el asfalto contra tus pies desnudos.