martes, 28 de febrero de 2012

Historia de las dos rocas

Había una vez, hace mucho tiempo, tanto tiempo que los nombres de las cosas aun eran nuevos y el hombre no había terminado de inventarlos todos- una mujer llamada Kalik. De cabello largo y negro que ondulaba con la más leve brisa, ella servía en la casa de una poderosa hechicera. Todos los días debía atenderla, limpiar su hogar y asistirla en sus estudios. El poco tiempo desocupado que sus actividades le dejaban, un par de horas durante el atardecer, usualmente lo aprovechaba para ver a Somat, un joven del pueblo vecino. Somat era amable y serio, robusto como los hombres de esos tiempos.
Verlos juntos era como presenciar una escena de la naturaleza, un frondoso árbol junto a su flor meciéndose placentera con el viento. En esas horas parecían mimetizarse con el bosque, casi sin moverse, hablándose quedito el uno al otro. Qué secretos se contaban nadie los pudo saber, no eran reservados con la gente del pueblo pero cuando se les preguntaba sobre el otro sólo sonreían levemente y con un extraño anhelo en los ojos evadían a la persona.


Los motivos de la hechicera nunca fueron claros, algunos dicen que fue la incompetencia de la muchacha, la hechicera era una mujer muy severa y caprichosa de vez en cuando, y las distracciones de Kalik fueron motivo de muchas horas de regaños y experimentos frustrados. Otros juran que fueron los celos; no por Kalik, que aunque era joven y hermosa, la hechicera si lo quería podía serlo aun más. Si eran celos lo eran por Somat, ya que lo único que la mujer no podía cambiar en el mundo eran los afectos, ni los suyos ni los ajenos.
La hechicera al principio no ponía mayor atención en ese muchacho taciturno que visitaba a su asistente, pero fueron los ojos de Kalik, tan intensos y a la vez apacibles cuando estaba con él, esa mirada fue el camino que la llevó a los ojos de Somat, profundos y sabios.

Pudiera decirse que la curiosidad fue el principio y la razón de todo, curiosidad por saber qué hacía Kalik en esas horas que no estaba a su lado, curiosidad por saber quién era ese muchacho al que ella parecía confiarle el alma, la curiosidad hizo que se acercara demasiado. Pero no trató de separarlos; el orgullo, parte integral de ella, nunca se lo permitió. Así que todo lo que se concedía hacer era mirarlos día tras día en uno de sus espejos.
Y Aunque al principio no lo notó, porque era un chispazo que desaparecía al distraerse, la furia fue creciendo lenta y constante, transformándola, hasta que no se pudo contener en su cuerpo.

Cual fuera la razón, la hechicera, una de esas tardes en las que el ocaso cubría al mundo de cobre y Kalik y Somat -juntos como todos los días- sólo eran unas sombras debajo de un fresno; con la rabia y el despecho desbordándose en los ojos, cantó uno de sus más terribles hechizos.
A los ojos de Somat, el cuerpo de Kalik se dividió; mientras una yacía en el suelo, la otra de piedra negrísima se erigía ante él, sin expresión, sólo su cabello de onix ondulaba con un movimiento sobrenatural. Ni siquiera se dio cuenta que él mismo estaba cambiando y creciendo, negro también, de roca y tierra, se había convertido en un gigante.

La hechicera, por un misterioso capricho, había dejado el cuerpo de Kalik intacto, su alma era la estatua negra que aparecía frente a Somat. Con un movimiento de su mano, hizo que la tierra se abriera, después suspiró en el oído de ella:

-Ve a mi jardín y sé su guardián.-

En el fondo del abismo, la hechicera había cultivado un oasis. Pocas veces se habían visto tantas maravillas juntas; ahí la mujer jugaba a ser creadora, rosas que luminecían en la oscuridad, enredaderas y arbustos de colores inexplicables, los frutos más dulces nunca creados.
Obedeciendo las palabras de la hechicera el alma de Kalik levitó hasta el fondo, no hubo cambios en su rostro de negro alabastro, ni siquiera una última mirada al que había sido su compañero. Somat con lo pesado que se había vuelto su cuerpo, no pudo evitar que descendiera. Entonces, asolado, tomó el cuerpo de Kalik y se dirigió al abismo. La hechicera le advirtió:

-No creas que porque tu cuerpo ahora es de roca soportará la caída, si decides ir tras ella, nunca podrás regresar.-

Somat no respondió, saltó al abismo, creció aún más de lo que lo había hecho, creció hasta convertirse en una montaña; entre sus manos estaba el cuerpo de Kalik, frágil e inerte, su cabello moviéndose furioso. El fondo del abismo estaba cada vez más cerca, Somat protegió el cascarón que una vez fue Kalik con todas sus fuerzas.
El impacto fue colosal, un titán había caído desde la superficie haciéndose pedazos, granito y tierra dispersándose. Lo que quedó no tenía forma alguna reconocible, excepto dos manos en forma de plegaria, dentro, guardada entre la tierra, el cuerpo de Kalik.

La estatua, que no se había movido en todo ese tiempo, volteó hacia su anterior cuerpo, y una lágrima que erosionaba su mejilla continuó recorriéndola y resquebrajando. El polvo que desprendió viajó hacia la carne humana. 

Algunos cuentan que la plegaria de Somat se hizo realidad y la mujer volvió a la vida, otros dicen que el alma de Kalik, al verse liberada, simplemente se dispersó para encontrar a su compañero. Nadie sabe la historia completa excepto la hechicera, y en todos estos años ningún hombre o creatura fantástica se ha atrevido a preguntarle, ¿Quién podría tener el valor de recordarle su hora más oscura?