El insomnio es como el limbo.
Una zona insoportable e intermedia entre la vigilia y el sueño.
Un silencio vivo de carros que pasan (a veces)
un gallo que canta (en la ciudad, lo juro)
y la luz (que es como el agua)
que gotea cada vez más con el pasar de las horas.
Estás aquí y a veces no.
Es el tiempo de tus demonios (o tu conciencia, a veces coinciden) llevándote lejos del olvido con cada vuelta que le das a la cama.
Demasiado lúcida como para dormir,
demasiado grávida como para despertar del todo.
Entonces el reino de la noche se va esfumando
y tú finalmente te pierdes en ti por algún tiempo
aunque nunca jamás el suficiente.