viernes, 15 de mayo de 2009

Polvo eres

Mamá nunca fue una persona ordenada, de cinco hijos yo era la única mujer y el trabajo de la casa recaía en mí. Había que levantar a mis hermanos, en la mañana hacerles el lonche y en la tarde la comida, barrer y trapear cada tres días y lavar cada martes y viernes; eso además de la escuela y las clases de piano que tenía todas las tardes. Si por alguna razón yo no podía con los quehaceres, nadie más lo iba a hacer por mí, y la casa irremediablemente terminaba desordenada y sucia.
Creo que debido a eso es que tengo una fijación por los espacios limpios; en mi hogar no hay indicios de moho en el baño, ni manchas de aceite en la cocina, no hay ropa desordenada y las ventanas siempre se mantienen cerradas para que no entre el polvo. Todo tiene su lugar y todo está en su lugar. Orden y limpieza, siempre me he regido por esos principios.

Así es que no me explico cómo es que llegue a esta situación, supongo que todo comenzó con esa primera motita de polvo que vi en la sala. Estaba ahí como una intrusa, contaminando el lugar con su sola existencia. Tan rápido como pude, agarré el trapo para sacudir y eliminé la amenaza. Para ese entonces lo más importante era el estado de mi casa, era de mañana y tener a los niños listos para la escuela, el desayuno preparado, el marido arreglado. Perfecto.
Lo que a veces me llegaba a molestar un poco, y sólo a veces, era que no notaran mi esfuerzo por mantener la casa en óptimas condiciones, él se iba de mañana y no regresaba hasta algo entrada la noche, los niños llegaban a medio día, comían y salían; y no es que no quisiera que estuvieran dentro, sólo que era tan difícil mantener las cosas en orden con ellos moviendo objetos sin permiso, tirando comida, corriendo y ensuciando. Además, era idea de él: "los niños deben estar afuera, deben jugar" así que los dejaba salir hasta la hora de la cena. Claro, si se preguntan qué hacía yo en todo ese tiempo, a qué me dedicaba con todos afuera, es simple, "cosas del hogar"; sweaters o bufandas en temporada de frío, confección de postres en el verano, repujado y arreglos florales, eso aparte de las responsabilidades en la sociedad de padres de familia y las labores domésticas, todo para el embellecimiento de la casa; mi hermosa casa, tan limpia y arreglada, perfecta y con cada objeto en el lugar donde pertenecía. Y no, no me sentía sola, sabía que hacía lo mejor para mi familia, tenía la esperanza de que en su momento llegaran a notarlo.

Aunque tal vez no fue esa motita de polvo lo que lo inició, tal vez fue después, con la llegada de la construcción; los vecinos decidieron que era hora de remodelar el parque que se encuentra frente a mi casa, "Arquitectura acorde a la época" dijeron, "embellecimiento de la colonia" continuaron. Lo que yo sé es que semanas después llegaron las retroexcavadoras y los camiones con tierra llenos de un polvo fino que se escapaba de las palas, flotaba por doquier, se colaba por los resquicios y cubría todo; los muebles, los estantes, las pequeñas figuras de cristal, ¡Los libros! Al principio me esmere porque no hubiera rastro del desagradable polvo, limpiaba cada 3 horas, sacudía los libreros, individualmente pulía cada figura, pero ya bien terminaba con un estante, el que estaba recién limpiado minutos atrás se veía invadido por una suciedad resucitada.
Debo reconocer que mis nervios sufrieron durante ese periodo. No llegue a dormir bien por muchos días y todo debido a las pesadillas: en algunas yo me encontraba reducida al tamaño de una hormiga, condenada a ver toda la suciedad que no era evidente para el ojo humano. Otras veces era perseguida por unos monstruos sucios, hechos de pelusa gris que en el sueño dominaban el lugar.
Mi marido e hijos no lo tomaron muy bien: los niños me dijeron que exageraba y que un poco de polvo no tenía porqué molestarme, mi esposo dijo palabras como 'nervios' e 'histeria' que no me hicieron mucho sentido. Para cuando hilé las ideas para tratar de explicarles ya se habían dado la vuelta continuando con sus actividades.
Creo que ocurrió cuando los niños tuvieron un periodo de vacaciones y mi marido tomó algunos días libres de su trabajo. Fue un día que tuve que ir a hacer la despensa, usualmente en las mañanas la casa se encuentra vacía a excepción de mí, así que aprovecho para salir a hacer las compras durante ese tiempo para que cuando lleguen siempre me encuentren en casa. Les dije específicamente que por ningún motivo debían dejar las ventanas abiertas porque el polvo entraría y ensuciaría todo. Ellos parecieron entender muy bien aunque creí ver en sus miradas algo que no debía estar ahí, y también noté un dejo de condescendencia en sus palabras. Ellos parecían entender.
Ese día hubo mucho viento, cuando llegué al parque logré ver a las retroexcavadoras esparciendo la tierra y ese detestable polvo corriendo por todo el lugar, sentí un leve sofoco de sólo pensar que algo de eso entraría al llegar a mi casa y abrir la puerta.
No me hicieron caso.
No recuerdo mucho lo que pasó después, era ese polvo tapando mi visión y yo caminando entre una bruma café, de cuando en cuando veía figuras, algunas no muy familiares, después mi marido dando un portazo, más tierra, mis hijos despidiéndose apurados por unas personas sin rostro.
El exterior, qué claridad...

4 comentarios:

Deprisa dijo...

A veces nos pasamos la vida viviendo para los demás y no con los demás. Nos preparamos para construir un futuro mejor que nunca disfrutamos.

Al final es mejor disfurtar de la suciedad en comañía de los que de verdad importan.

ordago13 dijo...

Esto es un cuento, un trozo de una novela...??

Escribes genial me ha gustado mucho¡¡¡
Ademas el diseño de tu blog es sencillo y directo facil de navegar lo cual es de agradecer¡¡


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Rose dijo...

Es un cuento,por ahora no tengo historias de otro largo.

Gracias por leer y comentar :)

Xitlally Romero dijo...

Estaba pensado: ¿y si retomas este cuento en tercera persona? Me sigue encantando el final.