miércoles, 28 de enero de 2009

Verde amor

Ahora no cabe duda, la tortuga se ha enamorado de su dueña. Se le nota en la forma en que la mira, esos pequeños círculos negros que brillan cuando ella se mueve mientras dormita (su tortuguera está instalada justo enfrente de la cama, a un lado de la ventana); también cuando ella se acerca y la tortuga se aproxima al vidrio para poder verla mejor, se inquieta, mueve sus patas, todo en un desesperado intento por cruzar la barrera de cristal que los separa, sólo se llega a tranquilizar cuando ella se agacha y se pone a su nivel; la tortuga contempla sus bellos ojos cafés y se siente perdida, la adora por completo, le daría su mejor pedazo de lechuga si pudiera. Ella no es como la otra tortuga, que huye cuando su dueña se acerca, no, ésta se queda quietecita y la observa embelesada intentando profesarle todo su amor en el lenguaje de las burbujas.

También hay días en los que la tortuga se sube a su montaña sólo para tener una mejor vista de su amada, hallándola absorta en el estudio y los diversos quehaceres que hay en el hogar, y cuando de improviso llega a echar un vistazo hacia donde se encuentra, ella rápidamente vuelve apenada al agua, sintiendo una ansiedad en su caparazón.

La tortuga sueña con algún día poder tomar el sol en el hombro de su amor, y tal vez, sólo tal vez, poder hacer yoga juntos.


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