sábado, 17 de enero de 2009

Urolobos

Vivir en el estómago del lobo no estaba tan mal, extrañamente la boca del animal funcionaba como un agujero de gusano, terminando en unas entrañas amplias e iluminadas. Era un valle franqueado por montañas rosas donde al fondo se podía ver todo un rebaño de ovejas blancas y negras junto a 3 cerditos ataviados de manera extravagante.


Conforme los días pasaban el espacio se iba llenando con objetos cada vez más extraños: una pequeña maquina de coser, la pierna de una muñeca, una mecedora rota, la cabeza de un payaso de juguete, un anillo con una piedra roja, un piano de miniatura; todos ellos dispersos a través del campo aparecían con la sensación de que siempre hubieran estado en ese lugar, sólo invisibles al ojo distraido.
Para ese entonces otros animales habían llegado: patos, conejos, incluso una que otra ardilla; y con ellos los árboles. Días antes todo era una especie de planicie con lomas pequeñas que hacían del paisaje una marea verde, cubierta por completo de pasto. Después de la aparición de los animales los retoños salieron de la tierra: abetos, pinos, oyameles, cedros y más coníferas, creciendo a una velocidad tal, que un bosque entero se formó en días.

En las exploraciones hechas al recién nacido bosque apareció un viejo capuchón, produjo una sensación familiar. Lleno de polvo y con aspecto viejo, segúramente había estado a la intemperie por años; pero todavía conservaba la tibiez del forro y el terciopelo color vino no había perdido su suavidad. Ahora el aire del bosque comenzaba a enfriar y en el campo abierto no existía nada con qué cubrirse así que la prenda se volvió a usar.

Una tarde después apareció un camino formado de piedras azuladas el cual era franqueado por flores silvestres de color oro. Al final del sendero, que terminaba en lo más profundo del bosque, se encontraba una pequeña casa de madera con ventanas que parecían azucar cristalizado y en el portón capullos a punto de abrir. La puerta, llena de intrincados diseños, se encontraba entre abierta, dentro, la sala y la cocina estaban separadas por una celosía que era adornada por multiples relojes de arena, pequeñas figuras de porcelana y vasijas de vidrio soplado.
Al salir de la sala se llega a una pequeña terraza con varandal, la casa estaba al principio de un despeñadero cubierto por vegetación y mar. En la esquina de la terraza sobresalía una escalera muy empinada que parecía venir desde el fondo del barranco y conducía a una casita de arbol justo debajo de las bases de la construcción.

El viento arreciado por el desfiladero me alborotaba el cabello y las ropas. Iba bajando y una sensación extraña caía sobre mí, no era yo la que bajaba, por un momento fui otra, sentí una mirada sobre mi espalda.
Bajé la escalera.
Entré a la casa del árbol y todo estaba en penumbras, distinguí el contorno de una cama y a alguien en ella, hizo el ademán de que me acercara,
obedecí.


Vivir en el estómago del lobo no estaba tan mal.

1 comentario:

Xitlally Romero dijo...

Órale, qué fuerte. Muy intenso. Me encantó. Creo que le hace falta otra lectura y algunos tallereos pero en general me encantó. Es, de hecho, como lo que últimamente he querido escribir. Muy Amparo Davilesco, muy onírico, muy extraño.