miércoles, 28 de enero de 2009

XV El diablo

No te gustan mis botas, te digo que te imagines otros zapatos entonces y tú contestas que no puedes por el taconeo que hacen, es precisamente por ese sonido que me gustan tanto, anuncian mi presencia que se acerca a ti. Igual me gusta escuchar el sonido de mis pasos en la banqueta mientras me llevas a tu casa.

Entro directo a tu cuarto y me quito el abrigo, siempre hace calor aquí. Volteo a verte y ya estás con esa mirada de "te quiero ya". Me muevo hacia el gato que está agazapado en su rincón, tú te me repegas sin aviso y me empiezas a tocar. Acercas tu lengua a mi oreja, y recorres tu mano sobre mi espalda; tramposo, sabes que es mi punto débil. Me despego de ti y te doy la espalda para darle una caricia a ese felino que te tuve que regalar. Tú te alejas y me vas saboreando con los ojos, te fijas en mis nalgas, dices que parecen un durazno, yo me río y disfruto de esa mira
da inquisidora, dispuesta a desnudar al menor movimiento.

Me doy la vuelta y busco la lámpara, la apago y nos baña una súbita media luz, todo el cuarto se viste de naranja. Lento y tan sigiloso te me acercas, buscas mi cuello, y sacas tu lengua para recorrerlo, subes a mi oreja y te deslizas hacia mis hombros, no lo soporto.

Te quito la ropa, rápido, descuidada y con fuerza. Me gustas, recorro tu torso mientras tú te apuras quitándome la falda y el resto de la ropa. Nos metemos entre las cobijas y el roce de tu cuerpo es delirio. Tanta piel, tanto calor, tanto contacto. Tu piel se ve de cobre en la habitación naranja y fascina. Y entonces tú nos cubres por completo con la cobija; estoy en un mundo de oscuridad donde sólo el tacto me ayuda a ubicarme, ese mareo que siento, al no poder verte y solamente sentir tus caricias, sentir tu lengua sentir tus dedos, sentirte... me pierdo y no quiero salir.

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